La pérdida de capacidad para conducir supone un gran esfuerzo de adaptación para muchos mayores, dado que conducir se asocia a la idea de libertad y puede dificultar el mantenimiento de algunas actividades cotidianas y roles familiares. Supone todavía un mayor reto cuando la persona no es consciente de los riesgos que implica mantener esta actividad.
La capacidad para conducir suele estar preservada en las fases iniciales de la demencia y claramente afectada en las fases avanzadas. En los niveles intermedios (CDR 0,5-deterioro cognitivo leve- y 1-demencia leve) tendremos que valorar otros factores para apoyar la decisión de competencia:
- Opinión de pacientes y familiares: una descripción del cuidador de conducción insegura o de riesgo es un factor fiable como criterio de incapacidad (especificidad 81,8%-90,9%);
- Historia de conducción del paciente en 3 años previos: accidentes, citaciones judiciales o sanciones por incidentes, reducción de kilometraje (< 100 km/ semana), evitación de conducir en situaciones específicas (por la noche, con lluvia, con tráfico denso), conducción impulsiva o agresiva- sobre todo si supone un cambio respecto al estilo de conducción previo- ej. conducir a mayor velocidad de la permitida, saltarse semáforos en rojo, conducir tras haber consumido alcohol, enfadarse con otros conductores, tocar la bocina, acercarse más de lo debido..
El valor de los test cognitivos para evaluar capacidad de conducir se considera limitado. En general, una puntuación en el MEC <24 se considera un indicador de riesgo para conducción no segura. Respecto a los test neuropsicológicos específicos, se ha encontrado mayor asociación con los que miden capacidades visuo-espaciales (test del trazo, bloques, orientación de lineas, copia de figuras complejas), de reconocimiento (caras) o de memoria (espacial, palabras asociadas, lógica); pero no superan a las pruebas globales para evaluar la competencia en conducción. En pacientes con CDR de 0,5* y, especialmente, de 1* se recomienda hacer evaluación semestral.
También deben tenerse en cuenta otras variables clínicas frecuentes en los mayores que influyen negativamente en la competencia para conducir: pérdida de visión, sordera, limitaciones motoras, trastornos metabólicos, insuficiencia renal, enfermedades respiratorias, trastornos emocionales, abuso de alcohol, o uso de fármacos con potencial efecto sedante.
Es común que el enfermo no acepte sus limitaciones y exista discordancia con el criterio de sus familiares. El criterio del médico puede añadir fuerza disuasoria, reforzando la opinión de la familia. Es conveniente conseguir que el paciente se implique en la decisión, y asegurar el transporte por otros medios, de forma que pueda mantener en lo posible sus actividades cotidianas. La familia puede disuadirle promoviendo el uso de nuevas carreteras o conducción en circunstancias que normalmente evite, de forma que le resulte difícil la conducción y delegue en un acompañante. Si el paciente se resiste, puede considerarse ocultar las llaves del vehículo, desactivar el arranque del coche, o vender el vehículo si es posible. Si aun así no se logra interrumpir la conducción, habría que recurrir a procedimientos administrativos o legales, solicitando informe de un gabinete de evaluación específica e incluso de la justicia (informando a fiscalía).
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Con esta entrada finalizo (a priori) el tema de la competencia en demencia, pero si os habéis quedado con ganas de saber más o de que desarrolle algún otro aspecto específico de la toma de decisiones en la demencia, no dudéis en hacérmelo saber!
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Fuente: Competencia en Demencia. Manual de uso clínico. LC Álvaro. Ed panamericana (2018)