Aunque históricamente se ha dado mayor importancia al deterioro de las funciones cognitivas, especialmente a la memoria, como síntoma inicial de la demencia; hay evidencia creciente de que algunos síntomas psiquiátricos pueden preceder a los fallos cognitivos. Específicamente, los síntomas que suelen aparecer en esta fase son: una disminución de la iniciativa y la motivación, cambios de humor (irritabilidad, depresión…), comportamientos impulsivos (ludopatia, desinhibición sexual…), comportamientos repetitivos, falta de tacto en las relaciones sociales, y alucinaciones o pensamientos irreales (delirios).
Cuando uno de estos síntomas aparece por primera vez en una persona mayor de 50 años, se mantiene en el tiempo (al menos de forma intermitente), y afecta a sus relaciones con los demás o a su trabajo, debemos tener en cuenta que puede tener mayor riesgo de desarrollar una demencia, aunque no tenga problemas de memoria.
La intervención del psiquiatra es muy importante para tratar de aliviar estos síntomas y disminuir su repercusión, mejorando la calidad de vida de los pacientes y sus familiares. Pero además, dado que estas personas están en una situación de mayor riesgo, es fundamental que el psiquiatra tenga formación específica en el diagnóstico de la demencia, para facilitar una detección precoz de la enfermedad.
En muchos de estos pacientes, la colaboración con Neuropsicología es muy importante, para evaluar la afectación inicial de determinadas áreas cognitivas y orientar el diagnóstico; y para el desarrollo de tratamientos de estimulación cognitiva, que han demostrado resultados cuando se realizan en fases iniciales y leves de la enfermedad.
La colaboración con Neurología puede ser necesaria en las fases iniciales, especialmente en personas relativamente jóvenes y/o con síntomas atípicos, para determinar con mayor especificidad las causas de la enfermedad.
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Fuente: Ismail Z et al. Alzheimers Dement 2016;12(2):195-202.